viernes, 3 de abril de 2009

DANIEL BETETA JIMENEZ. 19 AÑOS. ESTUDIANTE DE LITERATURA DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA DEL PERU. LIMA. PERU.

JHHLM
Quizás tenía poco que decir o le acurrucó la flojera, la mayoría de las decisiones modernas se amasan ante estas posibilidades. Digo, pues, la última y la primera vez que vi a Joaquín Sabina fue en el aeropuerto de Lima: la cofradía del Santo Reproche tenía planeado interceptarlo antes de su vuelo a Madrid.
El encuentro se iba a realizar a las once de la mañana, seguro me equivoco, es más, ese día llegué después de la hora acordada. Todos éramos cómplices, inclusive el mismísimo Joaquín, simplemente que él no lo sabía. Cuando atravesé la puerta con dirección al claustro de Fast-Food buscándolo, me encontré con mis compadres, los cuales ya tenían sus Ciento Volando de Catorce autografiados, mientras yo continuaba mi desplazamiento por el terminal aéreo. “Si me puedes firmar este libro, por favor”. El asintió. Me dijo que estaba apurado y le hice notar: así son las cosas aquí. Antes de que Sabina huyese le entregué un puñado de poemas que había impreso prontamente en mi casa, quizás por eso me retracé, aunque en realidad, ahora que lo recuerdo, fue porque no quise pagar los quince soles (cinco dólares) de mi casa hasta el aeropuerto: JHHLM (Joaquín hubiera hecho lo mismo). Ahora pues, obviamente los papeles que le entregué contenían mi pobre dirección postal y un correo electrónico no deseado, el cual me sirve ahora para recriminarle la razón por la cual nunca se manifestó. Repito: Quizás tenía poco que decir o le acurrucó la flojera.
La primera canción que escuché de Joaquín fue “ESTA NOCHE CONTIGO”. Esta me acompañó las dos horas que estuve esperando a la primera mujer que quise. Otra mujer, que conocí merodeando por la Calle Cantuarias, juntó algunas canciones de Sabina y me las vendió en un disco de malísima calidad, obviamente pirata-cojo. La lista se iniciaba con “19 DIAS Y 500 NOCHES”. Recuerdo que esa melodía no me agradó en lo absoluto e incluso me arrepentí de haber pagado por esas canciones. La mujer por la cual aguardaba aún se llama Mariana T.: de seguro mantiene un cuerpo de terreno escarpado como los Andes y revive su piel canela y clavo cada noche tal cual la conocí. Para cuando estuve nervioso / arrepentido / enojado / ansioso cerré las cortinas y me obligué a continuar escuchando el disco, algo de bueno debía de tener. Para esto, telefoneé a Mariana, para robarle un tiempito antes de lo pactado, pues me aburría y la necesitaba. No pude apremiar el encuentro y sonó, tras pasar dieciséis, para ese entonces, malditas canciones, “ESTA NOCHE CONTIGO”. Macanuda. La repetí aproximadamente un número infinito de veces. Mariana desapareció después de un tiempo.
“EL MURO DE BERLÍN”. Ahora bien, esta sí fue la primera canción que canté medio borracho en una playa de arena al sur de Lima. Muchachón de catorce años con dos mujeres-vodka y dos amigos enloquecidos con los que ahora hablo menos que poco. Como a cualquier sujeto, me seducía gritar el estribillo: “Viendo a Trotsky en Wall Street fumar la pipa de la paz”. Uno a esa edad sabe poco de Trotsky pero mucho más del sistema Wall Street, en mi caso, menos aún de la pipa que de la paz.
Y bueno, yo desde esta parte, seguiré esperando la carta perdida de Joaquín. Aún conservo el manojo de poemas que le entregué y le digo: Nunca te he escuchado en un concierto, pero te he visto, acaso, en La Noche de Barranco Limeña.

1 comentario:

  1. Hola Claudia.!!! Felicitaciones por tu trabajo.

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